No me quejo de ti porque cuando querer fue decantarme, abusé del gozo de darme a tu cuerpo.
No me quejo, porque fue único el descubrimiento del deseo y tu vuelta lo hizo real una y otra vez.
No me quejo porque siempre quise que te quedaras y me alimenté de esperar.
Esperé
tu mirada, el sonido de ti que comprende y vuelve, la compasión con la
que me sanaría el cuerpo, la transfiguración de tu rechazo en pura
pasión plena.
Esperaba tu amor y cuando no dormía, cuando te marchabas, construía la historia de la vida sin ti.
Nos
escribía sucesos alucinantes, nos llevaba al éxtasis en cualquier
lugar. Nos hacía un amor nuevo, uno que tiene vida cotidiana, que
conversa, que tiene tiempo de mirar, escuchar, conocer. Un amor sin
tempestad al que le alcanzan los días para quedarse.
En
realidad no me quejo de las despedidas porque hubo regreso. Solo que
si, reclamo la resistencia, me quejo de no tener fuerza en el corazón
para resistir otro despojo, me quejo de no encontrar modo de albergar
una esperanza más en el músculo partido y acribillado que late en mi
cuerpo.
Me quejo de la resistencia, porque de
seguir completa, de haber sabido como preservar la misma vida, la misma
furia, la alegría esa que yo pensaba intrínseca, de haber sido asi, me
seguiría quedando el consuelo de volver a verte, alguna vez en algún
regreso.
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